miércoles, 22 de diciembre de 2010

El Salvador

Este texto lo escribí como primer ejercicio para cierto taller de narrativa. Es un poco rudimentario, quizá demasiado, pero lo publico aquí para servir a un propósito mayor. Quizá lo borre después que ese propósito se haya cumplido... quizá no.

Cerro la Cruz, El Salvador, III Región de Atacama.

El cerro La Cruz se levanta, con injustificada arrogancia, junto a la ciudad de El Salvador. Desde ahí yo contemplo el paisaje desértico en el que crecí persiguiendo saltamontes y lagartijas. La fantasía del meteorito viene a mi mente otra vez.

Me pongo de pie sobre “La Mesa”, una roca lisa y enorme donde me escondo de la ciudad para perseguir mis atardeceres melancólicos. Observo el paisaje seco e infinito que se extiende hasta fundirse con un cielo azul, delgado como la película tras la cáscara de un huevo, delicado, tenso. Un paraguas de cristal a punto de estallar en mil pedazos que se derrite hasta licuarse en el espejismo del falso mar tembloroso y las líneas de ríos ficticios trazadas por la puna sobre simples caminos de tierra. Casi al borde del horizonte todo es de líquidos simulados por el calor, la luz y el aire enrarecido. De niño quise caminar hasta esa imaginaria playa lejana, pero dos pasos adelante y la soledad del vacío me muestran que estoy perdido de nuevo.

El montículo de sal a la distancia. Una ballena blanca emergiendo en medio de la nada, una torre fortificada custodiada por la distancia y la posibilidad de que su visión no fuera más que otro engaño del desierto… como el mar, como los ríos. El gran salar que nadie conocía ya no es otra cosa que una meta que nunca alcancé. Mejor así; ya no podré revolcarme y escocerme la piel en sus soluciones minerales o terminar de desgarrarme en su acidez los labios resecos y partidos por el sol. Ya no podré cortar mi propio cuero y hacerlo jirones rodando entre las piedras filosas y puntiagudas que el buen Señor regó para evitarle el paso a los penitentes descalzos.

Vértigo, soledad y tristeza eterna. Vientos sordos y fríos me hacen olvidar que el sol se está cayendo sobre mi sangre, que me he vuelto rojo como las patas de los flamencos de los salares de verdad. Si me lanzo desde esta mesa me estrellaré contra un millón de púas, rebotando entre peñascos coloreados por graffittis de colegialas y las promesas de amantes que hace mucho dejaron de amarse.

En agujeros secretos esparcidos sobre el mantel de púas se esconden dos millones de ojitos rencorosos y una iguana multicolor que nunca dejará de perseguirme. Muerde y arranca pedazos de carne, ya estaba advertido. Un millón de lagartijas emergen de sus cuevas, revolcándose en una masa hermosa, hedionda, rápida y gris. Colas solitarias que se mueven claman venganza contra un niño de hace mucho por torturas innombrables.

El alacrán amarillo agazapado bajo la piedra me envenena y muero solo, abandonado y seco. Aplastado por el sol y carcomido por la sal, devorado lentamente por hormigas de cabezas rojas grandes como fósforos; enterrado por remolinos de tierra y vientos sordos lanzándome sus insultos, guijarros y trozos de botellas rotas a la cara.

Me arrastro sobre la placa blanquecina que esconde el fósil de una hierba antediluviana u otro engaño del desierto. Polvo, la fantasía del meteorito otra vez. La roca filosa despelleja mis brazos. 

Dolor, rabia y soledad. El viento ahoga mi alarido, se mete en mis narices y me ahoga. No sé volver. A 2.500 metros sobre el nivel del mar la falsa playa se me antoja por última vez un poco verdadera. Todo aquí estuvo bajo el agua alguna vez, cuando los hombres de este reino no existían o tenían aletas.

Al aroma de la muerte acuden los jotes, comensales alados de cabezas calvas y picos rodeados de podredumbre. Devorarán mis ojos, arrancarán más piel, masticarán mis genitales. Al final regalarán mi cuerpo a la noche, a su frío y a su escarcha y a su olvido. La fantasía del meteorito y los platillos voladores. Otra vez la infancia. En la mañana me despertará el olvido, la camanchaca, la luna y el impacto, además la mordedura de una hormiga entre el dedo y la uña. Desierto otra vez, pena, muerte y silencio.